Antes de volver a coger el ritmo de la vida que decidí llevar hace ya un tiempo (dedicarme a mis estudios) quiero contar un poco sobre el camino que ayer mismo terminé. El Camino Vadiniense, donde me reconcilié con los ritmos de la vida. De mi vida.

Fue un camino sin preparar, sin preveer… surgió como llaman aquí de un “pensat i fet” (pensado y hecho). Tenía muchas ganas de salir a caminar, claro. Siempre las tengo, pero ahora no tocaba… ¿o sí? Sucedieron una serie de cositas que me empujaron a coger de repente un vuelo a Santander. De ahí un autobús a Potes y plantarme a las 19:30 h del día 30 de abril en la estación de Potes donde me esperaban mi amigo César y por sorpresa también estaba Xavi, el peregrino de las Guias Xabuma. También estaba Santi, otro peregrino que había conocido César en el Lebaniego, pero que no tenía días para hacer el Vadiniense.

Les di los abrazos correspondientes y les expliqué que estuve a punto de no coger el vuelo porque, por primera vez en mi vida, aunque tenía ganas de caminar (siempre las tengo) había un “algo mío mental” que me “atrapaba a quedarme en mi casa”. Me costó soltar ese lastre, pero una vez en Potes todo empezó a cambiar… Reencontrarme una vez más con César, mi primer peregrino, fue una maravilla. Está igual que siempre. Y conocer a Xavi en persona fue otro regalo. Grandísima persona está detrás de Guias Xabuma.

Comenzamos a caminar los tres juntos.

Día 1

El día 1, mi primera etapa desde Potes a Espinama (ellos terminaban de hacer el Lebaniego, yo el Lebaniego lo había hecho en 2016). Ya me cansé mucho en esta primera etapa por 2 motivos: 1º: estoy caminando con dos cabras montesas (digo alpinas) que caminan mucho más que yo y más rápido. 2º: no estoy en mi mejor forma física. Pero desde el minuto 1 me encantó el camino.

Día 2

Segunda etapa: Espinama a Portilla de la Reina por una variante de montaña que nos indicó Jesús (del restaurante Remoña). Sin duda, esta fue mi etapa. Con una belleza increíble, las montañas salpicadas de neveros y unas vistas que quitan todas las penas, por momentos me di cuenta de que estando allí y en esos momentos, no necesitaba absolutamente nada más en mi vida.

La montaña me hace feliz, sin más. Ese silencio, el aire, la magnitud de las montañas de alrededor y de la que estaba bajo nuestros pies, nos demostraron que somos “nada” y “todo” a la vez. Y que formamos parte de la inmensidad de ese entorno. Esa etapa me enamoró. Sentí que lo tenía todo. Sentí que era completamente feliz. Sentí el momento. La sensación de “vacío” que tenía unos días atrás por haber dejado una relación, desapareció. La montaña me llena en sí misma. Me siento plena estando en ella. Así de simple y maravilloso a la vez. Y además, compartiendo pasos con dos personas maravillosas… ¿qué más se le puede pedir a la vida? Sólo le pido que me siga regalando momentos especiales.

Día 3

Tercera etapa: Espinama a Riaño. Nos hizo un tiempo estupendo para caminar. No hacía calor y se caminaba cómodamente. Mi cansancio es otra historia. Disfrutamos del camino, a veces con conversación y otras veces en silencio. Al llegar a Riaño me doy cuenta que en octubre de 2018 estuve por allí con Jorge, haciendo un par de etapas del Vadiniense (hasta Cistierna). Sensaciones extrañas…

Día 4

Cuarta etapa: Riaño a Cistierna. Esta etapa ya la conocía. Con Jorge, en octubre, la hice en 2 días, pero ahora la hicimos en uno solo. 40 kilometritos que me dejaron exhausta. Me pareció un camino muy diferente al que había hecho en octubre. Nada que ver uno con otro, incluso el paisaje era diferente… sensaciones extrañas… Al llegar a Cistierna me di una ducha con agua fría (el agua caliente tardaba demasiado en llegar), me lavé los dientes y me metí en la cama. César y Xavi marcharon a cenar. Yo estaba literalmente agotada.

Día 5

Quinta etapa: Cistierna a Gradefes. Esta etapa me resultó bastante monótona. Nada que destacar. Entre charlas y silencios se nos pasó el día. Seguía cansada. En el Camino Vadiniense tiene que haber de todo. También monotonía.

Día 6

Sexta etapa: Gradefes a Puente de Villarente. Calor, cansancio… por suerte la etapa fue más bonita que la del día anterior y nos encontramos con Nuria, del Bar Donde Nuria , que nos trató de maravilla. Pude tumbarme unos minutos en un banco y descansar los pies dentro de un cacharrito de esos de masaje… con agua y sal…. una auténtica gozada.

Día 7

Séptima etapa: Puente de Villarente a León… ya en Camino Francés, vemos las diferencias de un camino a otro… siguen gustándome los caminos tranquilos, menos masificados, con menos servicios, donde no hay adelantamientos y donde los albergues no se llenan. Hay caminos para todos los gustos, es genial, así podemos elegir en función de nuestras preferencias. Sin duda el Camino Vadiniense cumple los requisitos de mis preferencias.

Día 8

Octavo día: vuelta a casa en tren. Despedida de César y Xavi. Da un poco de pena, pero no pasa nada, las personas siguen su camino. A veces se encuentran en pasos y otras veces no. A veces comparten y otras veces no. Se trata de “estar” cuando se “está” y de dejar marchar, cuando uno tiene que marchar. ¿Difícil? Sí. Sobre todo cuando esas personas han sido tus únicos compañeros de camino día y noche durante 8 días. Y nos hemos llevado de maravilla, oye.

Pero después de este pequeño resumen, voy a contar ahora lo que he aprendido de este camino (aviso: se avecina parrafada).

Es muy importante que respetemos nuestros propios ritmos de vida (caminar, hambre sueño, emociones, etc.).

Aprendizaje de este camino

En este camino, he aprendido de lo importante que es respetarse cada uno en sus propios ritmos de vida. Comparando los ritmos de la vida de cada persona con los ritmos del camino y  de este camino en concreto… he de decir que yo iba caminando a un ritmo que no era el mío.

Yo camino mucho más despacio, me paro muchas veces a airear los pies, a picotear algo, a simplemente descansar. Suelo caminar hasta que se pone el sol. Para hacer 20 km puedo tirarme todo el día entero. Muchas veces he llegado al albergue prácticamente de noche. Así, aunque me canso, llego menos hecha polvo.

En este camino, iba con César y Xávi que son máquinas caminando. Además de que yo no estaba en mis mejores condiciones. Por lo tanto no fui a mi ritmo, sino que fui forzada. Ellos a su vez tenían que esperarme cada cierto tiempo a que yo llegara, por lo tanto, tampoco iban del todo a su ritmo, porque tenían que parar. Me sentí mal por ello y se lo conté a los dos.

Me dijeron que no me agobiara, que caminara a mi ritmo, que ellos me esperaban y que no les importaba, pero que no fuera forzada. Pero bueno, es que a mí me cuesta aceptar que alguien me tenga que esperar (es algo que me tengo que trabajar, sí. Pero no me gusta que nadie me tenga que esperar. Nunca me ha gustado “llegar tarde”) Esto es el Camino, sí. Y aquí, salvo ampollas y cansancio no ocurre nada grave. ¿Pero… y en la vida? En la vida es fundamental que cada uno encuentre su ritmo, para no sobrecargarse por ir más rápido o aburrirse por ir más lento.

Cada uno debe encontrar la forma de vivir a su manera, respetando sus propios ritmos, sin dejarse arrastrar por el entorno o por la corriente. Sin obligar a otro a que camine a su ritmo, dejando libertad a los demás si van más lentos o más rápidos o eligen un camino diferente y siendo consciente uno mismo de lo que quiere o puede hacer.

De esta forma, si cada uno vive respetando sus propios ritmos (ritmos circadianos, por ejemplo; o los ritmos de pensamiento y conducta; las sensaciones; las emociones, etc.) todo fluirá de forma natural, sin cansancio, sin estrés, sin más dolor del necesario. ¿Cómo hacer esto en nuestra vida cotidiana? Aprendiendo a conocernos, viviendo el momento. Siguiendo nuestras flechas internas.

Hasta la próxima, caminantes (me voy a la peluquería, que llevo 8 días sin pasar un peine por mi larga melena –eso da para otro post- y necesito un buen corte). Os pongo el vídeo del Camino Vadiniense 2019.

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